martes, 8 de mayo de 2012

MYANMAR.




MYANMAR.
La lágrima de buda.
Mística y acogedora, con multitud de diferentes grupos étnicos que adoptan el budismo como un quehacer diario y construyendo para su propia admiración, culto y reverencia numerosos templos y estupas de esplendorosa belleza arquitectónica.

El cauce del río Ayeyarwadi se convierte en la verdadera arteria fluvial de este mágico país del sudeste asiático, que lo cruza de norte a sur, esa piel de lágrima desde los confines himalayo hasta la península de Malaca y fronteriza con numerosos países, China, Laos, Tailandia, India, el golfo de Bengala y un reguero de islas en el mar de Andamán, que crean una mezcla de culturas, ritos y tradiciones que enriquecen el mestizaje de sus gentes.
Un país al mismo tiempo perplejo por su historia, por la infinidad de conflictos acontecidos a lo largo de las mil y una disputas, rivalidades de sus pobladores regidos por diferentes prácticas y en donde el grito de la nueva revolución se proclama sin llegar a un buen fin y las almas se adentran en la oratoria del budismo para hacer de sus vidas una reflexión de alegría, renuncia  y paz.

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